Por José Antonio Fernández
Una sala de cine vacía, una taquilla desolada y un rating de cero
producen sensaciones de desesperanza y desolación en
productores, directores, creativos, escritores, staff, fotógrafos y
hasta en los que venden palomitas en la dulcería. Ver tumultos
en una sala de cine, escuchar que comentan la proyección,
encontrar largas filas en la taquilla, que la gente en la calle
salude a conductores, actores y actrices y se reporten máximos
puntos de rating en telenovelas, son en conjunto celebraciones
que emocionan a productores, directores, creativos y artistas
cuando se dan. Inyectan vida.
Trabajar para el público, es la frase-lugar-común que los
ejecutivos de exhibidoras de cine y televisoras siempre tienen
lista en su boca para ser pronunciada en cualquier tipo de
circunstancia. Dicen músicos y cantantes: recibir el aplauso del
público es el alimento del artista. Les fascina ser ovacionados. En
cada presentación, el cantante Vicente Fernández ofrece al
público: mientras aplaudan, sigo cantando.
Cierto que el público es el gran reto, sin embargo no puede ser
la gran guía. Es sólo una pista, una señal. No más. La frase
“trabajar para el público” se puede traducir a la vida diaria de la
siguiente manera: hago las cosas para que le gusten a los
demás. O también así: digo mis opiniones pensando que le
gusten a los demás.
Cuando se escucha la traducción a la vida diaria de la frase
“trabajar para el público”, ya no se oye tan bien, se convierte de
inmediato en un sin sentido. Contrario a lo que pudiera
pensarse, provoca incluso un grito de protesta del mismo
“público” que exige: queremos sinceridad, no hipócritas que
hagan o digan cualquier cosa con el sólo objetivo de quedar
bien.
Lo que sucede es que hacer las cosas para darle gusto a los
demás (en términos de cine, televisión y espectáculos: para que
le gusten al público) no es en realidad lo que guía a los grandes
golpes de creatividad. Hay infinidad de ejemplos que respaldan
lo que digo: el escultor Miguel Ángel Buonarroti pintó la Capilla
Sixtina con escenas tremendamente atrevidas para la época. Si
hubiera pintado para el público (en este caso para dar gusto al
gusto del Papa Julio II y sus cercanos) jamás habría tomado
tantos riesgos. Luis Buñuel filmó El perro andaluz y junto con
Salvador Dalí revolucionó al cine. Esa película sigue asombrando
hoy a quien la ve. Causó confusión y asombro. Después filmó La
Edad de Oro y el público quemó el cine. El pintor Vincent Van
Gogh llevó a la belleza máxima a la pintura con su estilo
impresionista. Murió pobre y desdichado. No vendió jamás
ninguno de sus cuadros que hoy se valoran en millones de
dólares. El público no lo comprendió, pero él cambió la pintura
para siempre. Picasso dominaba la pintura tradicional. Cuando
lanzó su estilo cubista sorprendió al mundo del arte. Aún hoy
sus obras causan extrañeza entre el público. Con su Guernica
lanzó la protesta máxima de un pintor ante una una masacre de
civiles ordenada por un gobierno fascista. Hoy es aclamado en
exposiciones en museos de todo el mundo, pero todavía hoy no
es común que sus obras se vean colgadas en muros de casas.
Woody Allen es uno de los grandes genios de la cinematografía,
sus películas son vistas en cineclubs y a veces en sus semanas
de estreno en decenas de salas. Creo que jamás sus películas
han sido distribuidas al menos en México con más de cien copias
en cines. No todo el público lo goza y comprende. .
Luego de que el cineasta y videasta Rafael Corkidhi recibió el
premio Volcán que otorga el Festival Pantalla de Cristal, en
entrevista le pregunté por el público: me dijo que no le interesa.
Que no le preocupa. Que no trabaja para el público. Que sus
obras que proyecta en su sistema 8 Video no reúnen en sala a
más de 4 ó 5 personas.
Hablar para complacer a los demás es la peor de las fórmulas,
nos lleva a ser hipócritas, falsos, carentes de sentido. Hacer y
decir lo que pensamos, creemos, opinamos y sentimos construye
vidas. Inspira y nos inspira (J.A.F.)
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