Por José Antonio Fernández
Quizá algunos lectores crean que es un disparate decir que México vive ya una democracia plena. Pues yo lo voy a decir y por escrito: México vive ya una democracia plena, ya pasamos la época de la transición democrática. Hay pruebas a la vista de lo que afirmo.
Con el movimiento de 1968, México inició de manera franca el proceso de transición a la democracia. Se vio cristalizado primero en 1998 con el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas para gobernar la Ciudad de México. Después se confirmó con la victoria de Vicente Fox en el año 2000. El gobierno de Fox fue el último de la transición democrática. Larguísmo fue el proceso de más de 30 años que consiguió la posibilidad de ver en contienda a partidos y candidatos de todos los colores y sabores. Habría que levantarle un monumento ya a los caídos de esos 30 años, que no fueron pocos. Y también a los que dedicaron y dedican sus vidas para vivir en un México democrático. Los soñadores, todos valientes, merecen el mayor de los reconocimientos. La televisión, la radio y el cine acompañaron ese largo recorrido con una historia de claroscuros. En el 2000 ayudaron, sin duda.
En el 2006 México pasó la prueba más tremenda que un país democrático puede enfrentar: una elección presidencial reñida, rijosa y cerrada, muy cerrada, que abrió la puerta a la duda y puso contra la pared a la certeza. Sentado en un polvorín, el país entero con todas las fuerzas del poder en máxima tensión, decidió caminar hacia adelante. La decisión de todos fue sabia. Fue el momento en el que México entró de lleno a la democracia.
Para 2009, el juego de la democracia mexicana mostró que camina con todos los motores encendidos. El partido en el poder, el PAN, perdió terreno. Perdió simpatizantes que esperaban más y mejor. El partido que gobernó al país por 70 años, el PRI, demostró ante los ojos sorprendidos del mundo que la resurreción en México no es sólo un acto esotérico y metafísico, es un hecho real y comprobable. Y los partidos de izquierda han dado cuenta día a día del 2006 para acá, de cómo los seres humanos pueden entrar en largos períodos de autodestrucción cuando pierden algo de primera importancia que creyeron suyo antes de haberlo ganado. En este caso, lo que perdieron fue nada más y nada menos que la Presidencia de la República.
Vimos por televisión en 2009 el espectáculo de la democracia. Primero las elecciones. Luego la decisión de los votos y después el jaloneo para convencer a la opinión pública quién es el bueno y quién el malo. Las fuerzas de poder pelearon con todo democráticamente en el Congreso, a la vista, para que el plan de gobierno del 2010 les fuera lo más favorable posible y les perjudicara en la menor medida. Todos muy serios aparecieron por televisión. Saben del poder de la pantalla. Tan serios se ven un poco falsos. Prueba de ese dejo de falsedad, es su pérdida de credibilidad.
Resulta curioso observar que luego de tardarnos treinta años en cristalizar el sueño de la transición democrática y unos cuantos años más en vivir la democracia plena, periodistas, expertos, especialistas y hasta políticos estén preocupados porque los contendientes políticos no se ponen de acuerdo y no firmen grandes pactos. Pienso que la democracia no está hecha para ponerse de acuerdo del todo. Su objetivo es polemizar públicamente, no a escondidas, para que los ciudadanos voten por el que más les convenza, y entonces es cuando los que tienen más votos tienen a su vez más poder de decisión. Y pienso también que la firma general de grandes pactos sólo debe darse muy de vez en cuando, no todos los años. Sólo para lo más importante. Las diferencias valen en la democracia. La mueven.
Lo que falta ahora es que los mexicanos vivamos en carne propia los beneficios de la democracia. Que frente a nuestros ojos quede claro que la democracia es el mejor de los mundos. Y eso no ha sucedido. El día que yo vea que las banquetas de México están todas en buen estado, me quedará claro que quienes manejan el poder y el presupuesto empezaron a pensar ya en serio en la población. Que salieron a caminar por las calles por las que a diario caminan millones de mexicanos. Las banquetas son el símbolo más claro del nivel de bienestar de una sociedad (J.A.F.)
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