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Vacuna |
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Editorial publicado en la Revista Telemundo el 29 de junio 2009 |
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A los pocos días de haber estallado la crisis del virus H1N1 en la Ciudad de México, escuché decir en la radio a un personaje (que por cierto no era médico ni especialista en nada) que la mejor vacuna para protegerse del virus es el temor. Llamé a la estación y reclamé. La conductora en turno no hizo caso de lo que dijo su invitado. Tampoco hizo mayores comentarios al aire de ninguna llamada recibida de los radioescuchas. Prefirió no meterse en líos, no discutió y siguió con la dinámica de su espacio de entretenimiento. El programa ni siquiera tenía nada que ver con el virus. Es una clásica emisión de espectáculos que maneja información no relevante.
Lo dicho por ese invitado en la radio, su imprudencia y falta de elemental sentido común, me mueve a reflexionar sobre la vacuna del temor. Pensar que el temor es el mejor remedio contra una enfermedad y también la mejor solución para hacer frente a una emergencia social, es creer que la gente no debe saber ciertas cosas y sí debe obedecer ciegamente las órdenes de la autoridad. Es el principio del fascismo, es aprobar el autoritarismo total, es creer que una élite debe decidir el destino de las masas sin mediar explicación alguna. Es pensar que la gente no está capacitada para tomar sus propias decisiones con conciencia de lo que hace o deja de hacer. Ese lamentable pensamiento provocó millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial. Luego de tantos muertos, la democracia se erigió como el mejor sistema para vivir, con todas sus carencias, equivocaciones y defectos.
La mejor vacuna contra lo desconocido es la información y, mejor aún, la comunicación, que es la posibilidad de que los seres humanos se hablen, se escuchen, se enriquezcan y reflexionen sobre su punto de vista y el de los demás. Que construyan el mundo juntos.
Cuando el gobierno de Felipe Calderón dio a conocer la amenaza del virus H1N1 el 23 de abril, informó de qué se trataba y alertó a la población. Sí fue un momento de altísima complejidad. Había peligro para todos los habitantes porque enfrentarían un virus desconocido. Los días siguientes la información fluyó, no sólo en México sino en el mundo. La Organización Mundial de la Salud daba su opinión. Los medios investigaban, surgieron críticas y reconocimientos para Calderón y su equipo, y para Marcelo Ebrard, sus colaboradores y sus estrategias que en sólo unas horas se hicieron del liderazago. El Presidente reapareció y se asumió como líder. La estrategia contuvo el virus, y el virus mismo colaboró en la crisis de manera crucial al no resultar tan terriblemente poderoso y dañino, al menos en esos días. Y, muy importante, la estrategia evitó también el caos social. Si hubiera crecido un poco más el número de casos posibles infectados, las camas de los hospitales y las salas de emergencia no hubieran alcanzado y el caos social habría sido incontrolable. Hasta ahí las cosas, desde el punto de vista social y de salud, salieron bien. Millones viven para contarlo. La televisión dejó ver, una vez más, su enorme poder de beneficio. La información fue la vacuna. Dijeron qué sucedía. Entendimos e hicimos caso.
Para que la vacuna sea efectiva y completa, no la del temor sino la vacuna de la información, ahora se requiere la segunda parte de la dosis: averiguar, explorar, entender más, criticar, reflexionar y, sobre todo, dar con las pistas que nos lleven a saber qué se hizo bien y qué no, al momento de la emergencia y antes y después también. Hay mucha información por conocer. ¿Exageraron?, es la gran pregunta.
Cuando ese invitado en radio dijo que el temor es la mejor vacuna contra el virus, quizá sin pensarlo se sumó a toda una nueva corriente que en distintas partes del planeta y de muchos países está intentando disfrazar al autoritarismo de democracia. Los trucos de los que así piensan son muchos y maquiavélicos. No actuar por temor, no decir por temor, no averiguar por temor, no pensar por temor, no preguntar por temor, no reclamar por temor, no cuestionar por temor, no poner en duda por temor, no discutir por temor, no querer por temor y obedecer por temor, es el peor camino de la vida. El mejor siempre ha sido ver los problemas a los ojos, enfrentarlos y crecerse ante los vendavales. Hoy, México es más fuerte y más respetado porque no le dio la vuelta al monstruo que se le apareció a medianoche (J.A.F.).
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