Por José Antonio Fernández.
A Carlos Fuentes Fuentes en su cumpleaños 80
El número 80 remite siempre a pensar que es una cifra redonda. No tanto como el cien, que es en sí mismo un número terminado. El 80 no alcanza para imaginar algo terminado, pero se acerca a la idea.
Quien cumple 80 años seguro mira hacia atrás y observa si le apostó a algo o a alguien y, también, seguramente, se erigirá en alguna medida como juez de su propia vida y reflexionará si con su apuesta algo obtuvo y algo dio.
Quiero imaginar que a los 80, quien los cumple piense que, por supuesto, no son suficientes. Que no estaría mal toparse con la fuente mágica de la juventud. Que quizá una de esas inyecciones fantásticas pueden dar otros años maravillosos. Seguro pensar que ya es tiempo de abandonar el barco, no es algo que complazca a nadie.
Y cuando se ve a esa persona que cumple 80 años lleno de vida, lleno de energía, lleno de todo eso que provoca admiración entre sus cercanos, entonces celebrar ese cumpleaños se convierte en un ir y venir de emociones que chocan en los pasillos del alma, estrellan en el cielo ilusiones de las que nacen más ilusiones, brincan y desmayan, voltean hacia arriba y hacia abajo y a todos lados, simulan esconderse y se muestran más fulgurantes que nunca. Lanzan fuegos artificiales a la noche, hacen sonar todas las campanas de todos los pueblos que viven en la memoria extraordinaria, en el corazón. Miran todas esas emociones juntas y separadas a la vez, el vuelo de las palomas y las gaviotas y los pájaros.
A los 80 años debe ser inevitable observar con admiración al niño que ríe por puro gusto, que disfruta cada detalle del mundo También a la pareja de jóvenes que pueden besarse tardes enteras en el parque sin cruzar palabra alguna.
Imagino que quien ve los 80 años en el espejo, burla al tiempo como puede.
Pero cuando el que cumple 80 recibe llamadas de todos los países, de decenas de gobiernos y de decenas de canales de televisión, y recibe invitaciones de cientos de foros para que asista aunque sea unos minutos para verlo de cerca, para presumir que estuvo ahí, para que los escenarios se engalanen con su presencia y los aplausos se conviertan en coros de admiración, de felicitación. De querer en algún momento ser así, con talento, con compromiso vital, con imaginación que lleva siempre a lo de adentro, al espíritu, a dar sentido a la existencia, es entonces cuando hay que ponerse de pie, quitarse el sombrero y hacer fila para celebrar al que cumple 80, el que ha vencido la fatiga una y otra vez, que se lanza a la travesía de lidiar con la olas de las hojas en blanco desde las siete de la mañana para crear una historia que vuelva a sorprender a quien la escribe y a sus incalculables lectores.
80 años es el número de cumpleaños de Carlos Fuentes. Felicidades. El novelista que siempre ha sido también poeta. Poeta duro (basta leer la región más transparente para comprobarlo). Al que es necesario leer palabra por palabra, renglón por renglón, imagen por imagen.
Carlos Fuentes es el genio que escribió Los Caifanes, que es La región más transparente llevada al cine. El escritor que siempre ha tenido a México en la mente. Que en muchas ocasiones ha abierto de manera feroz el corazón de México, lo ha mostrado vital y también sangrante al mundo y lo ha amado tanto que le ha dado un lugar de privilegio único.
Fuentes es el que pronosticó el choque de trenes en el 2006 y atemperó los ánimos. Es el novelista mexicano más prolífico de todos los tiempos. Personaje del que hoy quisiéramos estar cerca aunque fuera unos cuantos minutos para darle un abrazo y un apretón de manos.¡Qué honor! Un abrazo sea para él. Gracias Carlos Fuentes.
(J.A.F.)
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