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Lugar mágico |
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Editorial publicado en la Revista Telemundo el 19 de octubre 2015 |
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Por José Antonio Fernández Fernández
Contaba mi mamá que un buen día mi abuelo decidió comprar un radio. Su ilusión era escuchar las corridas de toros de la época que se transmitían en vivo. El radio era de gran tamaño, había llegado una caja mágica al hogar.
Los domingos por la tarde mi abuelo sintonizaba la transmisión de las corridas de toros, le gustaba escucharlas, se emocionaba mucho. Sin embargo, mi abuela no pensaba lo mismo, le parecía una pérdida de tiempo que mi abuelo dedicara parte de su día de descanso a oír las corridas. Nunca comprendió el poder del encanto. Eran tiempos de la radio, la televisión todavía no aparecía en el mundo.
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El gran invento de la radio le dio siempre alegría a mi abuelo, lo hizo sentir bien. Identificó de manera natural que la radio no solo era un medio de comunicación, era y es un medio de transporte poderosísimo. Es capaz de transportar a la audiencia justo al lugar de los hechos. Magia. Seducción.
Como mi abuela se oponía a la radio, mi abuelo decidió cambiar de lugar al fantástico invento. Lo puso en un rinconcito de la casa poco visitado por mi abuela. En ese rincón mi abuelo sintonizaba las corridas de toros todos los domingos por la tarde, en volumen muy bajito para que mi abuela no le echara pleito. Con la oreja pegada en el fabuloso mueble, mi abuelo se transportaba a la plaza de toros y vivía la experiencia con todas las emociones como si estuviera en el mejor lugar de las gradas. Con un ¡Oooole! tras otro otro, dichos casi en silencio, pero no con menos emoción, mi abuelo pudo celebrar y dar aliento a toros y toreros que hicieron de sus tardes domingueras una fiesta mágica. Sin imágenes reales de por medio, mi abuelo se transportaba en cuerpo y espíritu a un mundo extraordinario a la manera de El Quijote.
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Lo que son las cosas, muchos años después, cuando yo cursaba la primaria, mi papá se dio cuenta de mi gran gusto por el beisbol. Me obsequió un radio portátil pequeñito con el que podía sintonizar la transmisión de los partidos de la Liga Mexicana. Entonces, como mi abuelo con sus toros, yo escuché cualquier cantidad de noches las apasionadas, pícaras y divertidas narraciones del Rey de los Deportes.
Curiosamente, en ese tiempo yo oía el beisbol con el radio pegado en mi oreja, tal y como mi abuelo seguía los toros. En mi caso nadie se molestó porque yo escuchara el beisbol en radio. Las crónicas me hacían vivir cada partido como una experiencia única, me transportaban al estadio. Había que imaginar. Eran noches mágicas: una vez que la radio me transportaba al partido, me metía de lleno en cada jugada hasta el último out.
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Hoy que los celulares con sus redes sociales invaden al mundo, puedo comprender el por qué millones y millones de personas quieren tener a el móvil cerca de sus ojos y de sus oídos: no solo son medios de comunicación, son medios de transporte que nos llevan a estar justo en ese lugar como por arte de magia. Es un lugar mágico, no es el del todo real, ahí libró El Quijote sus batallas, mi abuelo celebró sus toros y yo el beisbol
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