Por José Antonio Fernández Fernández
Cuando la maestra pide que los alumnos escuchen su clase, dice en el salón: “les pido a todos que guarden silencio”. Y cuando esa misma maestra consiente a alguno de sus pupilos más de la cuenta y le permite hable cuando no debe hacerlo y no aplica ninguna sanción, entonces no falta que alguno de los compañeros del salón proteste de esta manera: “maestra, o todos coludos o todos rabones”.
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Cuando una persona dice “todos”, todo cambia. La palabra “todos” es una regla que empareja las circunstancias y el horizonte, es sumamente poderosa. El “todos” inquieta y hasta horroriza al que más poder tiene y hace soñar a quien siente que no ha tenido las oportunidades imaginadas.
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“Todos” es una palabra maravillosa cuando se utiliza para hablar de ilusiones y proyectos colectivos. Nos hace sentir bien decir que “todos” somos iguales como seres humanos, que no tendría por qué darse la discriminación y que “todos” podemos echarnos la mano y ayudarnos en circunstancias desfavorables.
Pero la palabra “todos” no siempre se utiliza para animar y lanzarse en la lucha de un mundo mejor, también el “todos” puede ocuparse con fines maquiavélicos para confundir y hacer creer a cuantos se pueda que “todos” somos corruptos, que “todos” nos vendemos por alguna cantidad de dinero o que “todos” somos de lo peor aunque no se note a la vista, cosa que se dé la oportunidad para demostrar la bajeza.
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Quizá el éxito de más de medio siglo de audiencia de las telenovelas y también de las películas de súper-héroes, se deba a que en sus historias, criticadas por muchos y vistas por más, siempre queda claro que no “todos” son iguales. De antemano el público sabe que los protagonistas hacen valer sus diferencias y no se dejan vencer por quienes quieren imponer miedo y confusión para hacer realidad su perversión mayor: maltratar por igual a “todos”.
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En una relojería que venden solo relojes de oro, el experto coleccionista necesita acercarse para ver cada pieza y encontrar la diferencia. El letrero dice: “Se venden relojes de oro”, él sabe que todos marcan la hora y son puntuales, pero el aprecio mayor se da por todo eso que distingue a cada uno de los demás.
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Luego de escuchar la protesta del alumno que pedía trato parejo para “todos”, la maestra se dio un espacio para comprender el por qué consentía a uno de sus alumnos. No encontró una respuesta precisa, pero si tuvo una sensación: la protesta era justificada, los demás también merecían que al menos ella supiera su nombre
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