Por José Antonio Fernández
Cuando la producción industrial llegó al planeta y se
perfeccionó, los consumidores encontraron que las tiendas
fueron abarrotadas por filas y filas de productos que eran copia
calca. De pronto aparecieron miles y miles de autos iguales,
trajes iguales, maquillajes iguales, televisores iguales, discos de
acetato iguales, botellas de refresco idénticas. Si alguien veía
algo que le gustara en casa de un amigo, tenía la posibilidad de
comprar otro producto idéntico esa misma tarde en la misma
tienda. La posibilidad maravilló a millones de personas. El
mundo se hizo más democrático, la envidia para algunos
encontró alivio al menos temporal. Igual un rico que otra
persona que no lo fuera, podían tener la misma licuadora en su
cocina.
La producción industrial ha asombrado al mundo entero, cambió
la forma de vida y hasta los objetivos y metas de las personas.
Acostumbró ya al planeta a comprar de forma intensiva. Se le
crítica porque promueve el consumismo y con él la
superficialidad, la avaricia y hasta la estupidez, pero lo cierto es
que la producción industrial mantiene los niveles de vida en el
mundo y da dinámica a la sociedad moderna. También da
felicidad: cuando las personas tiene el mínimo poder adquisitivo
salen a comprar, y comprar ofrece momentos felices.
Con décadas de experiencia, la filosofía de la producción
industrial vive un proceso de cambio muy profundo y eso se
nota. De hecho, fue su ideal desde el inicio. Un deseo muy
especial de los visionarios.
¿Cuál es ese deseo?: hoy millones y millones y millones de
personas sabemos que en las tiendas hay miles y millones de
productos idénticos que están hechos para gustar, pero
deseamos más los que nos dan el toque diferenciador. Tienen
mayor atractivo los que se sienten personales, más aún los que
puedo personalizar.
Cae bien el mesero que acepta que el comenzal pueda pedir
ciertos cambios a su platillo. Doy un ejemplo sencillo, que es un
gusto no fácil de conseguir: ordenar en la fonda una torta sin
cebolla y que llegue a mi mesa sin cebolla, da felicidad.
Otro ejemplo: negocio mundial sin límite son los protectores de
teléfonos celulares. Hay tantos modelos como se quiera. Quienes
los fabrican de modo industrial, descubrieron que venden más si
le dan al consumidor la oportunidad de personalizar su teléfeno,
significa que el comprador difícilmente se encuentre con otra
persona con un protector igual.
Lo mismo sucede con los perros: está de gran moda adoptar un
perro. Es encantador hacerlo porque ese perro es único de
origen, tiene su propia problemática, trae su propia historia. Al
adoptarlo se da un momento de amor único de las personas con
los animales, un momento que dura de por vida.
Las personas no somos indispensables, nadie lo es, pero sí cada
uno de nosotros somos únicos e insustituibles y es
extraordinariamente emocionante rodearse de objetos que nos
pertenezcan y tengan su originalidad. Que también se vuelvan
insustituibles, que cuenten su propia historia al sólo verlos.
Quien fabrican tecnología comprende a fondo este asunto de la
personalización, por eso diseñan y manufacturan tantos
modelos, versiones y colores de autos y cámaras. Quieren
encontrar esa respuesta del consumidor: “así me gusta, lo
hicieron para mí”. La frase explica la pasión por los autos
antiguos y los objetos de bazar.
Compleja nueva fórmula para vender: se trata de hacer sentir a
cada quien que ese producto es único y para nadie más. La
producción industrial eleva su nivel y quiere que cada objeto sea
apreciado como nunca antes
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