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Watergate |
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Editorial publicado en la Revista Telemundo el 15 de agosto 2012 |
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El escándalo Watergate sacudió a Estados Unidos en 1972. Tan
fuerte resultó el jaloneo, que Richard Nixon, entonces Presidente
del país más poderoso del planeta, se vio obligado a renunciar.
Su sucesor Gerald Ford, también del Partido Republicano, junto
con los grupos de más alto poder en norteamérica, consideraron
que con la renuncia de Nixon el daño había sido más que
suficiente, por eso fue su determinación de otorgarle inmunidad
absoluta. Nixon no fue encarcelado, tampoco continuaron las
investigaciones en su contra. Ha sido Nixon el único presidente
en funciones que ha renunciado en toda la historia de la Unión
Americana. Cuando murió, Nixon recibió una ceremonia como
máximo Jefe de Estado, no le regatearon ningún reconocimiento.
Watergate ha marcado al máximo a los medios de
comunicación en el mundo desde entonces. La palabra Watergate
es sinónimo hoy del más prestigiado y profundo periodismo.
El caso Watergate inició intempestivamente cuando uno de los
policías del conjunto de edificios Watergate, ubicado en la ciudad
de Washington D.C., descubrió a cinco hombres que se habían
metido sin permiso a las oficinas centrales del Partido
Demócrata. Fueron arrestados el 17 de junio de 1972. Luego los
periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, del Washington Post,
se lanzaron con una investigación de carácter periodístico que
les permitió con el tiempo saber que esos cinco hombres que se
metieron al edificio Watergate burlando de inicio a la policía, no
eran simples ladrones. Descubrieron que como Nixon quería
reelegirse, creó todo un equipo de espionaje para conocer de
forma anticipada las estrategias de los demócratas y adelantarse
a todas sus acciones. El objetivo de Nixon era sólo uno y quedó
muy claro: su reelección como Presidente.
El mayor problema de ese Nixon de los años setenta también
lo conocemos hoy, ha quedado al descubierto: estaba invadido
por su propia inseguridad. Antes de lanzar sus propias ideas,
quería conocer las de sus contrarios. El sueño por reelegirse
llevó al abismo a Nixon. Cayó en él hasta el fondo. Fue un
terrible sueño. El espionaje que mandó a hacer Nixon era ilegal.
Indefendible. El Presidente no puede violar la ley.
Más de 30 años después de que estalló el caso Watergate, hoy
sabemos que el periodista Bob Woodward contó con la ayuda
invaluable de un informador que le dio las mejores pistas, las
más claras. Ese informador peliculesco al que por años se le
apodó con cierto sentido del humor como Garganta Profunda,
decidió a sus 91 años revelar que él había sido quien diera las
pistas clave en el caso Watergate. Garganta Profunda era ni más
ni menos que el Director adjunto del FBI, Mark Felt. Claro está
que tenía información suficiente para hundir al Presidente de la
nación más poderosa del planeta. Así lo hizo.
El caso Watergate vive en la mente de los periodistas políticos
del mundo entero. Descubrir asuntos muy importantes que se
ocultan, es el objetivo mayor de su periodismo. Revelar
complots.
En tiempos electorales, el termómetro de la política sube y
también en consecuencia el del periodismo político. No todos los
periodistas trabajan a diario para descubrir un nuevo Watergate,
pero encontrarse con un nuevo Watergate sin duda es el deseo
de todos. Watergate es una marca en la piel del que informa, aún
cuando esa no sea su pretensión. Lo que importa es que desde
Woodward y Bernstein la posibilidad de un nuevo Watergate
siempre está latente, aparece cada mañana, en cada comida, en
cada correo anónimo recibido, en cada mensaje cifrado, en cada
garganta profunda que se acerca de forma misteriosa.
Watergate es palabra máxima del periodismo, deseo y
ambición. Es adrenalina pura. Riesgo también. Es saber que los
complots sí existen, el punto es descubrirlos. Importante es no
olvidar jamás que se dice que Bob Woodward fue agente de la
CIA antes de ser periodista, dicho no confirmado (J.A.F.)
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