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Adiós al Paseíllo |
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Editorial publicado en la Revista Telemundo el 16 de julio 2012 |
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Por José Antonio Fernández
En la hoy muy cuestionada fiesta de los toros, se da un momento
único que sirve para que toreros, banderilleros y jinetes den un
paseo inicial por la arena para saludar al público y darle la
bienvenida. Los músicos de la plaza interpretan pasos dobles y
el público presente aprovecha para aplaudir a todos los toreros
sin distinción. Digamos que el paseíllo es equivalente a las
dedicatorias en un libro, forman parte, pero no son la esencia.
Sirven dedicatorias y paseíllo para ambientar al espectador,
hacerlo sentir que está dentro ya de una experiencia, que en el
mejor de los casos deberá ser memorable hasta el último día de
su vida.
El paseíllo está despojado de grandes emociones. Nada ni nadie
se pone en duda al momento del paseíllo. Digamos que es
cuando todos se comportan en la plaza como si estuvieran
posando para una de esas clásicas postales turísticas que pintan
cielos y mares azul radiante.
Saben los toreros que durante el paseíllo nada pasa. Ellos se
visten con su traje de luces, caminan como toreros, miran como
toreros, toman su montera como toreros y sonríen como toreros.
Cruzan la plaza de lado a lado y jamás pierden la figura. Detrás
de ellos van banderilleros y jinetes, que curiosamente siempre
son distintos a los toreros, digamos que se aprecian a distancia
menos lucidores. Supongo que de forma humilde se encorvan un
poco para permitir que brillen los toreros, quienes son siempre
los grandes protagonistas de la fiesta taurina.
En el paseíllo sacan el pecho como lo hacen gallos de pelea y
leones cuando rugen para demostrar su dominio absoluto. La
música suave y alegre los acompaña.
El rito del paseíllo es dulzura, todo un homenaje, un momento
de júbilo hueco que gusta a todos.
Una vez que concluye el paseíllo, toreros, banderilleros y jinetes
se colocan tras las tablas. Entonces es cuando el toro aparece
con todo su poder en la arena y la adrenalina del público
enciende de inmediato. Sabe el torero que las vacaciones del
paseíllo quedaron atrás, que es momento de enfrentar al toro y
poner alma, vida y corazón para asombrar al público con
pinceladas artísticas llenas de verdad dignas de pinturas y
esculturas. Hay que arrimarse al toro. Es la hora de la verdad.
Aún cuando el toro sea muy manso o demasiado distraído -que
no sea un buen toro para la fiesta brava-, el torero sabe que si
lucha con verdad, se entrega, demuestra valentía, es sincero y
trabaja a fondo para que al menos aparezcan dos o tres de esos
mágicos pases que hacen gritar óleee! en las gradas, los
espectadores le reconocerán con aplausos su oficio de torero. Si,
en cambio, ante la adversidad el torero se muestra esquivo, da
sólo dos o tres muletazos al toro y otros dos o tres capotazos
más sin compromiso apasionado y franco, entonces el torero
sabe que hasta le pueden llover los tradicionales cojinazos,
máximo castigo del público conocedor para un torero que no
entrega su espíritu en la plaza.
Ahora que vivimos lo más intenso de la contienda presidencial,
veo con claridad que los tiempos del paseíllo para los políticos
están quedando atrás. Son ya menos los que aceptan que
candidatos quieran utilizar foros como paseíllo torero, en el que
sólo lleguen, muestren su mejor sonrisa, digan un discurso lleno
de mercadotecnia, reciban aplausos y se vayan. El paseíllo de los
políticos se ve mal. Bien se ven los periodistas que no se
entregan, bien lucen los universitarios que cuestionan cuando se
les quiere controlar, bien hacen los organizadores de foros
cuando piden sesión de preguntas y respuestas sin mostrar las
preguntas de forma anticipada. Cambian finalmente las
circunstancias para los políticos. Mal sabor de boca dejan
cuando organizan sus paseíllos. Ya de poco o nada sirven. El
aplauso es sonoro cuando se hace una faena. El aplauso del
paseíllo es por puro compromiso. Aplaudo a quienes han
luchado para decirle adiós al paseíllo, marcan el antes y después
(J.A.F.)
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