Por José Antonio Fernández
Quien no haya sufrido alguna vez con las matemáticas, que lance
la primera piedra. No resultan fáciles para millones y millones
porque en realidad son otro idioma. Las matemáticas tienen su
propio lenguaje, por eso su enseñanza exije que los alumnos las
practiquen haciendo miles de ejercicios.
Cuando alguien quiere aprender francés, lo más práctico, rápido
y efectivo es que tenga una estancia en Francia y se inscriba en
una escuela. Hablándolo diario y todo el tiempo, el oído se educa
y la memoria retiene. Así sería ideal estudiar matemáticas,
millones las entenderían (básicamente) quizá en un año. Pero
Matematicalandia no existe, hay que estudiarlas a ratitos en la
casa y la escuela sin saber que se estudia otro idioma.
Y para complicar más el lío, no es común encontrar profesores
que avisen a sus alumnos que su clase de Matemáticas se trata
de aprender otro idioma, lo que dificulta totalmente su
aprendizaje. Se pueden contar por millones los estudiantes que
temen a los exámenes de matemáticas. Común es escuchar que
digan: es que a mí no me gustan las matemáticas y por eso
repruebo.
Lo curioso del caso, es que en el momento que un alumno
comprende las matemáticas, suele decir: “esas ecuaciones son
regaladas, de risa, jajajaja!!!”, significa que dejó de sufrir.
Quienes entienden el lenguaje matemático fácilmente se inclinan
por estudiar carreras que lleven muchas matemáticas, ¡pero
muchas!, para sumergirse en ellas y gozar ese idioma todos los
días. Se vuelven creativos, ven las ecuaciones para resolverlas,
no para sufrirlas.
La pregunta es: ¿cuántos millones quisieran decir la frase: “me
dan risa las ecuaciones, son regaladas, jajajaja!!!”? La respuesta:
muchísimos.
Por difíciles, tortuosas e incomprensibles, son millones de
personas las que han tenido como tema de conversación a las
matemáticas en primaria (aritmética), secundaria, preparatoria,
universidad y hasta en posgrado.
Así como en las matemáticas, en todos los demás oficios (o
especialidades, como se quiera decir) se desarrollan idiomas que
sólo quienes los aprenden logran dar sentido a esa actividad.
Cuando descifran la ecuación, le encuentran el gusto a lo que
hacen en tanto resuelven los problemas y eso quita la neblina.
Ven claro.
No resolver la ecuación pasma, deja en soledad. En cambio,
cuando los albañiles aprenden a pegar tabique y levantan muros,
hasta cantan y silban. Les he escuchado decir: “pegar tabiques es
regalado”. Los que comprenden mejor cómo resolver sus
ecuaciones, ya no ven problemas, por eso pegan el tabique de
formas distintas. Los que mejor entienden hacen hasta bóvedas
de grandes dimensiones que no tira ni el más furioso temblor.
He escuchado muchas veces decir a mujeres que no les gusta ver
el fútbol. Para que lo disfruten, primero tendrían que entender la
ecuación futbolera: qué significan, por ejemplo, 4:2:2 ó 4:3:3 y
por qué en esos números no están incluidos portero y árbitro,
villano encargado de poner salsa al deporte de las patadas.
El mundo del Siglo XXI se ha llenado de muchos nuevos idiomas.
El caso de las matemáticas permite comprender lo que afirmo.
Con tantos conocimientos, novedades tecnológicas, intereses y
especialidades, convivimos en una moderna Torre de Babel con
una complejidad nunca antes imaginada.
Ante la vertiginosa nueva Babel, comunicarnos exige
generosidad y tomar conciencia de algo clave: para llegar a decir
“está de risa”, tenemos antes que conectarnos en un mismo
idioma. Cuando comprendemos, todo cambia. Resolver
ecuaciones (problemas) da alegría y futuro. Saber matemáticas
siempre enseña (J.A.F.)
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