Por José Antonio Fernández
No es poco común que las personas hablen en clave o que no
logren decir con precisión sucesos, ideas, críticas u opiniones, es
decir, que no sean totalmente claras en lo que dicen aún cuando
en el fondo quisieran serlo.
Quien un día exige absoluta claridad a un amigo, al otro día
puede ser más o igualmente evasivo, confuso y cantinflesco que
lo que fue su mismo amigo el día anterior.
Existen múltiples razones para que alguien no sea claro cuando
se expresa. Enlisto algunas:
No es claro quien no sabe bien lo que quiere, lo ignora o no lo
tiene todavía bien pensado.
No es claro el que teme pasar un ridículo mayor si dice lo que
trae en mente o siente.
No es claro quien cree que serlo lo puede meter en problemas.
No es claro el que oculta ventajosamente la verdad. Quiere al
otro ignorante.
No es claro quien quiere tender una trampa. Incluso puede ser
falso.
De todas las variantes que existen cuando alguien no es claro al
expresarse, de forma verbal o no, existe una que es la que me
parece más interesante:
No es claro el que no puede o no quiere serlo, pero aún así
ofrece pistas para que el otro reaccione
Esta variante de no ser claro es realmente compleja y muy difícil
de entender, pero es la fórmula de comunicación más utilizada
por los seres humanos de todas las clases sociales, de todos los
oficios, todos los días. La puedo resumir en una frase (la que
espero no aumente la confusión del lector):
Es decir, pero no decir (una variante puede ser: te lo digo Chana
para que lo entiendas Juana)
Todos los dichos de la sabiduría popular utilizan la fórmula que
describo: dicen el fondo de lo que quieren que el otro sepa, pero
no son del todo claros, están hechos para que la imaginación del
que los escucha despierte, se avive.
También telenovelas, películas, cuentos, cortos y videoclips y
ahora muchos anuncios ocupan la misma fórmula: juegan con la
ventaja de no ser claros con alta precisión, lo que permite que
los espectadores tengan una actitud vivaracha frente a la
pantalla y pongan a funcionar a mil por hora cerebro, estómago
y corazón. Quien logra más espectadores proactivos (que rían,
lloren, piensen...) es el que más éxito tiene con sus historias. La
ficción encanta.
He escuchado en decenas de programas de radio y televisión
dedicados a dar consejos, que la primera recomendación para
tener buenas relaciones es ser claro, lo que no aclaran son las
formas a utilizar para conseguirlo.
Un sí o un no es lo que en ocasiones piden a gritos quienes
presionan claridad. Cuando alguien se casa, el juez pregunta:
¿acepta usted? En ese caso sólo hay dos respuestas: sí o no.
Aunque el juez no acepta en ese momento ningún tipo de
explicación mayor, lo cierto es que ahora las parejas de
millonarios firman por aparte (antes de llegar al juez) contratos
con muchos artículos para tratar de aclarar en qué consiste ese
simple sí, lo que lleva a deducir que ese sí que se oye tan simple
en realidad no es completamente claro. Lo curioso del caso es
que aún con esos contratos revisados y recontrarrevisados por
abogados, es común que las parejas de millonarios entren a
juicio al divorciarse, lo que confirma que no fueron
suficientemente claros ni el sí y menos sus súper contratos.
Para lograr máxima claridad, lo que no tiene rival es la acción.
Ser congruente con el hacer es sinónimo de claro. El problema es
que no siempre se trata de hacer, en muchas ocasiones el tema
es explicar o polemizar sobre lo que se vio, se sabe, se quiere,
sucedió u otros hicieron. Ahí es cuando comúnmente entra el:
decir, pero no decir.
El mundo de los negocios ha desarrollado una estrategia que
llega a ser más o menos eficaz para dominar la claridad, es una
técnica que se llama: ir al grano. La fórmula sirve sobre todo
para diseñar productos. Un ejemplo: las aspiradoras; sólo
aspiran. Si no lo hacen, viene la demanda. Así, sin ficción, es fácil
ser claro (J.A.F.)
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