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Editoriales
El más humano
Editorial publicado en la Revista Telemundo el 08 de agosto 2011
(Nota publicada en la Revista no. 120 el 15 de agosto 2011)

Por décadas, la idea de modernidad se ha ganado los mejores adjetivos. Lo moderno sorprende, asombra en el mejor de los casos. Imaginemos los ojos de quienes vieron circular por primera ocasión el primer automóvil de gasolina, o el rostro de la familia que echó a andar la primera licuadora, o cuando por primera ocasión el mundo vio unas Olimpiadas a todo color en vivo por televisión.

La modernidad es un espectáculo.
Sorprendentes son hoy internet, Google, Facebook, Twitter, YouTube y el iPad. Como lo son los tractores automáticos para los campesinos, las máquinas robóticas en las fábricas, las armas de alto poder en las guerras, la estabilidad y limpieza de vuelo de los jets, la ligereza y precisión de los balones de fútbol, los tenis de aire para corredores, la seguridad de los autos Fórmula Uno que protegen la vida de los pilotos aún si se estrellan a más de 300 kilómetros por hora, los hornos de microondas y eléctricos, las corcholatas y su cierre perfecto, las cámaras de televisión, los sets virtuales, la posibilidad de animar en 3D y el 3D Estereoscópico, los celulares, las transmisiones en vivo, los micrófonos, las laptops, los desodorantes, las multicolores luces de leds, los sistemas de agua potable que abastecen ciudades de millones de habitantes, los rascacielos, la luz que llega a las casas.
Junto con la modernidad tecnológica de los siglos XIX, XX y XXI han caminado también la modernidad económica y política. Van las tres de la mano. Los países más modernos, todos lo sabemos, son los que dan mayor libertad a sus habitantes. Mantienen reglas claras de apertura económica para las inversiones (en mayor o menor medida) y viven en democracia, lo que significa que cada determinado tiempo existen elecciones legales en las que todos respetan al ganador. De inmediato se preparan para las siguientes elecciones en las que de nuevo todos los participantes inscritos tienen oportunidad de triunfar vía el voto ciudadano.
La modernidad tecnológica la proponen las empresas. La modernidad económica y política las estableció la experiencia de la sociedad en su conjunto, no tanto los políticos. Las reglas de la modernidad económica y política se reproducen y repiten por el mundo en todos los países de una forma más o menos similar. Es curioso, la modernidad económica y política viven una época de estabilidad mundial, lo que contradice la idea misma de modernidad. Ya no avanzan. Es moderno en economía quien gasta menos de lo que ingresa, la fórmula no falla. Quien gasta más, entra en crisis. Y es moderno en política quien respeta los resultados cuando gana su adversario y quien cumple lo que promete. Todo en un marco de legalidad.
La modernidad tecnológica vive en permanente revolución. Modernidad tecnológica y dinero van de la mano. Se abre paso por el mundo, y puede ganar muchos millones de dólares, quien inventa cosas que llegan a ser consumidas por más personas. Antes los revolucionarios eran guerrilleros que querían repartir mejor la riqueza, hoy las revolucionarias son las empresas que de forma mágica multiplican el dinero y generan el placer único de tener y usar la nueva tecnología. La modernización tecnológica sabe su camino infalible: presentar una forma nueva de hacer las cosas, seducir y hacerse necesaria. En parte, gobierna al mundo.
En este Siglo XXI hay una modernidad que está siendo la única que alborota al gallinero, aún más que la modernidad tecnológica. Es la que burla la aburrida rutina de las modernidades económica y política. Es la que siempre está inconforme, es la modernidad a la que le cuesta obedecer reglas, la que critica a los medios, en particular a la televisión cuando se pervierte y vulgariza y al cine cuando es demasiado banal. Es la modernidad que se resiste a comprar todo lo que le vende la modernidad tecnológica. Hablo de la modernidad social.
¿Quién es moderno socialmente hoy? Lo es, sin duda, el más humano, lo que choca fácilmente con el pensamiento que rige a las otras modernidades (J.A.F.)




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