Publicada en la Revista
no. 57 el 01 de febrero 2001
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Gerardo Tort, productor y director de comerciales de televisión,
persiguió un sueño y lo hizo realidad: filmar su primer largometraje.
Egresado de la carrera de Comunicación de la Universidad Iberoamericana,
dio un giro a su vida hace 4 años cuando tomó la decisión
de filmar, a como diera lugar, la historia De la calle, original del dramaturgo
ya desaparecido Jesús González Dávila.
Para Gerardo Tort la filmación de la cinta se volvió un proyecto
de vida, una razón vital llena de sentimientos y emociones.
José Antonio Fernández: ¿Cómo
te inicias en el cine?
Gerardo Tort:Estudié Comunicación
en la Ibero con la especialidad en Cine. Confieso que no soy de los que desde
los tres años de edad saben lo que van a ser de grandes. Yo descubrí
con el tiempo que me gustaba el cine y que era algo que podía llegar
a hacer.
Cuando salí de la carrera me dediqué por mucho tiempo a la publicidad,
primero produciendo y después dirigiendo comerciales. De ahí viene
mi experiencia cinematográfica. Además tuve la fortuna de haber
sido asistente de dirección de Julián Pastor (en la cinta Orinoco),
de Alberto Bojórquez (en Robachicos) y de Alfredo Gurrola (en el programa
de televisión Los libaneses en Yucatán).
J.A.F.: ¿En dónde descubriste el gusto por el cine?
G.T.:Desde siempre me gusto ir al cine, cosa
que creo le sucede a casi todo el mundo. Pero cuando descubrí que yo
podía hacer uso de la cámara y contar una historia, entonces me
inquietó esa posibilidad de expresarme. Me gusta mucho la literatura,
en especial la poesía.
J.A.F.: ¿Escribes poesía, eres un poeta?
G.T.:Escribo poesía pero no puedo considerarme
un poeta. El poeta es de 24 horas, no de un rato. Lo que yo tengo es un gusto
por la literatura.
A mí lo que me llamó del cine es la posibilidad de contar historias,
y de manera concreta hablo de historias humanas.
Pero cuando salí de la Universidad decidí poner una casa productora
con un socio para hacer comerciales, y el asunto del cine se quedó sólo
como una posibilidad y una asignatura pendiente.
J.A.F.: ¿Por qué historias humanas?
G.T.:Creo que el cine tiene esa facilidad de
acercarse a la vida misma. Ir al cine es como ver una historia real, aunque
no sea real. Recuerdo que mi maestro Alejandro Parodi me decía: el cine
no tiene que ser verdadero, pero sí verosímil, y dependiendo de
la verosimilitud de la historia puedes llevártelo a tu casa y ponértelo
en tu vida misma (sin importar que sea una película de marcianos o de
vaqueros).
Esto es lo que más me atrae del cine.
J.A.F.: ¿Alejandro Parodi (actor y fotógrafo) fue importante en
tu formación?
G.T.:Sí, como muchas otras personas en
mi vida. Parodi nos trataba (a los alumnos) como si fuéramos sus hijos.
No sé si lo sabía, pero creo que la mayoría de los alumnos
lo sentíamos así. Otro maestro que me hizo sentir que podíamos
ser Bergman y Fellini, fue Jaime Ponce. En ese momento fue emocionante, aunque
creo que eso después hizo daño.
J.A.F.: ¿Por qué daño?
G.T.:Porque al paso del tiempo te das cuenta
que la vida es la vida, que Fellini es Fellini y Bergman es Bergman, y que lo
mejor es que Gerardo Tort intente ser Gerardo Tort.
Y académicamente hablando debo agradecerle al maestro Hernández
Romo.
Me parece que en cualquier oficio siempre hay
personas que marcan.
J.A.F.: Saliste de la Universidad en 1979. ¿Desde entonces querías
filmar una película?
G.T.: Así es, desde esas fechas. Yo pensé
que la mejor manera de acercarme era produciendo en forma independiente, sin
ser empleado de una empresa. Consideré que era una manera muy atractiva
de organizar mis tiempos y mis posibilidades.
Teniendo la casa productora fui asistente de dirección porque me tomaba
un par de meses sabáticos de vez en vez.
J.A.F.: ¿Te fue provechoso ser asistente de dirección?
G.T.: Sí, por supuesto.
Cuando fui asistente de Julián Pastor en la película Orinoco (una
cinta muy complicada y difícil), una noche tuvimos muchos problemas y
me dijo: lo que debes aprender de aquí es lo que no debes de hacer. Quédate
con eso.
Te lo digo así: me parece que lo ideal es que el fotógrafo conozca
técnicamente la cámara porque eso va ayudar a que tome decisiones
rápidas y acertadas.
Quien primero es el tercer asistente, luego el segundo, después el foquista
y llegar a ser fotógrafo, trae consigo una gran experiencia. Pero también
se vale que alguien consiga ser fotógrafo en forma directa.
Si bien es muy recomendable ser asistente, porque te da cosas que sólo
en el set puedes aprender y que nadie te va a enseñar, pienso que no
es indispensable.
J.A.F.: Regreso al asunto de que querías hacer una película desde
1979. ¿Cuándo decides realizarla en verdad?
G.T.:Yo no quería hacer cualquier película
a costa de lo que fuera, me interesé por esta historia.
J.A.F.: ¿Cuándo encuentras esta historia?
G.T.:Soy muy mal lector de teatro, pero curiosamente
hace 15 años compré una revista que se llama Escénica,
que publicaba la UNAM. Ahí venía el texto de De la calle porque
recién se había ganado (me parece) el premio Rodolfo Usigli a
la mejor obra dramática del año. Me conmovió. Le platiqué
a un amigo actor y director, Gabriel Pingarrón, que había leído
De la Calle. De inmediato me dijo que conocía al autor, González
Dávila, porque había sido su compañero de generación.
Le pedí conocerlo y un día nos presentó.
El mismo día que conocí a González Dávila le hice
la propuesta de llevar su obra de teatro al cine, pero él no mostró
interés alguno.
A los dos años me encontré con la puesta en escena de Julio Castillo,
que fue muy importante. Volví a ver a González Dávila y
de nueva cuenta le hice la propuesta de filmar De la calle. Me dijo que no,
que mejor escribiéramos otra historia. Nos reunimos muchas veces. Nos
sentábamos a platicar lo que queríamos hacer, y eran unos encuentros
etílicos maravillosos que empezaban desde las once de la mañana,
pero no llegamos a ningún lado.
Pasó el tiempo y dejé de verlo.
J.A.F.: Fue el segundo contacto con González Dávila y no pasó
nada, ¿lo vuelves a buscar?
G.T.: Me sucedió algo muy importante.
Hace 4 años murió mi madre luego de una enfermedad que la tuvo
en hospitales públicos poco más de tres meses, de octubre a enero.
Para poder estar con ella había que quedarse en la sala de espera, porque
en los hospitales públicos no dejan que la gente entre y salga de la
habitación del enfermo tan fácilmente, y sí obligan a que
algún familiar esté en el hospital las 24 horas del día.
Esos tres meses fueron una etapa de gran reflexión para mí, por
la enfermedad misma y por el cascarón donde se dio. Yo estuve horas en
las salas de espera, igual de día que de madrugadas. Al estar ahí
compartí con gente que vivía momentos similares al mío.
Para ese entonces, yo había visto la muerte como algo ajeno, pero en
esta ocasión fue otra cosa. Fue como si me dijeran: hey, guey, nos vamos
a morir.
No te puedo decir que vi mi muerte, pero sí que vi la de mi madre.
J.A.F.: ¿Qué sucedió contigo?
G.T.: Esto me llevó a replantear mi vida
cotidiana y el sentido de dónde estoy parado y para qué estoy
haciendo las cosas. Creo que andaba un poco perdidón (sigo y creo que
seguiré), y considero que el problema no es tanto que te halles, sino
que tenga sentido lo que haces.
De pronto me pareció que no tenía sentido lo que había
hecho de mi vida, y la única opción que vi era buscar yo ese sentido
sin importar lo que los demás pensaran sobre lo que yo hacía o
no.
Hoy esto lo puedo explicar y lo tengo más o menos claro, pero en ese
momento, que fue muy emotivo y en el que yo estaba cargado de dolor y con un
gran vacío, el asunto no era fácil porque de pronto sentí
que no pertenecía a ningún lado y que no tenía asideros.
Entonces necesite un lugar de pertenencia para vivir.
J.A.F.: ¿Lo que hacías no te dejaba satisfecho?
G.T.:En términos productivos, sí.
Pero no a nivel de sentido. Tengo esposa, hijos, algo de dinero, coche y una
casa que rento que me gusta mucho, pero de pronto sentí que eso no tenía
sentido si yo no buscaba un poco más adentro.
Entonces decidí que la manera de pagar esta gran deuda, era hacer la
película De la calle. Mi decisión no era hacer cine, sino hacer
De la calle.
J.A.F.: ¿Volviste a ver a Jesús González
Dávila?
G.T.:Me tardé en llamarle como unos cuatro
meses después de la muerte de mi madre, y lo hice con la preocupación
de que nuevamente me dijera que no me permitía hacer la película
con su obra. Pero la vida es la vida, y a toda la gente le pasan cosas.
Mi encuentro con González Dávila fue tremendo porque platicamos
de todo esto y él venía de un incipiente cáncer en la médula
y también le había cambiado la vida. Era un momento muy particular,
yo venía de vivir la muerte de mi madre y él estaba viviendo su
propia muerte.
Platicamos y le dije que quería hacer De la calle. Para mí extrañeza
me respondió: va. Para mí fue como un shock. Creo que quizá
muy en el fondo pensé que de nuevo me diría que no, y entonces
mi vida seguiría en el gran deseo de haberla hecho y hasta ahí.
Pero no fue así, ahora sí se podía. Tardamos casi un año
platicando cómo me la imaginaba.
J.A.F.: ¿En ese año comentaste el proyecto con alguien más?
G.T.:Sí, yo trabajaba ya con Tiempo y
Tono, que es la productora del proyecto. Platiqué mucho con Héctor
Ortega (uno de los dueños de Tiempo y Tono y fotógrafo y productor
de De la calle). Logré moverlo. No sé que le dije, pero lo moví
y se prendió. Convencimos a Lillian Haugen, que es su socia y la parte
racional de todo (ella es la que intenta delimitar riesgos y posibilidades).
Y entonces el proyecto evolucionó de tal forma que ya no había
manera de detenerlo. Se involucró Marina Stavenhagen (a sugerencia de
Lillian) como guionista y esto empieza a marchar. Marina encontró la
forma de adaptar la historia para cine luego de un tiempo en el que le dio vueltas.
Sé que no le fue fácil porque es una historia dura. Tuvo que ir
con los niños de la calle, convivir con ellos, y platicar conmigo y González
Dávila muchas veces.
J.A.F.: ¿Ya había dinero para hacer la preproducción de
la película?
G.T.:De Roterdam y de Imcine nos llegó
dinero para la escritura del guión y el desarrollo del proyecto, y nos
invitaron al taller de guión del Sundance.
Nos fuimos involucrando cada vez más con los niños de la calle
y la historia se fue haciendo mucho más poderosa. No había manera
de teorizar demasiado sobre cómo sería el guión, la labor
era tener contacto con los chavos de la calle.
J.A.F.: ¿Hace cuánto tiempo empezaron a
hacer el guión?
G.T.:Hace tres años, más o menos.
J.A.F.: 17 años después de la fecha en
que pensaste en hacer una película, y 12 años después de
haber leído la historia De la calle.
¿Cómo se involucran con los niños De la calle?
G.T.:Al principio fue duro y difícil.
Llegamos a través de una persona que trabaja (como servicio social) con
niños de la calle. Nos presentó y nos dejo solos.
J.A.F.: ¿Qué hacían con los niños?
G.T: En los primeros contactos sólo platicar,
pero después se me ocurrió hacer talleres actorales con ellos.
Un poco para pretextar nuestra presencia frecuente, y también para lograr
su confianza.
Son chavos muy resentidos, con mucho odio y gran habilidad para vivir en la
calle.
En el primer impacto te chantajean con gran facilidad, y la única manera
de traspasar eso era estar-estar-estar-estar-estar con ellos.
J.A.F.: ¿Quiénes tuvieron contacto con
los niños?
G.T.:Alejandro Reza, que se encargó del
casting, Marina y yo. Esto fue un año antes de iniciar el rodaje. La
historia estaba clara, queríamos hacer De la calle, pero teníamos
que tomar muchas decisiones para llevarla a la pantalla.
J.A.F.: ¿Cuántos tratamientos de guión
hicieron?
G.T.:Los que yo conozco fueron 7, pero supongo
que Marina habrá escrito unos 30.
J.A.F.: ¿Si era una adaptación, por qué
tardarse un año en el guión (o más) y para qué ver
tantas veces a los niños?
G.T.:La caracterología de los personajes
de la película es muy peculiar. Es un recorrido por algunos de los seres
que aparentemente son de los más siniestros de nuestra sociedad.
Teníamos que confrontar cómo nos habíamos imaginado a cada
personaje y si eso correspondía a lo que pasaa en la calle. Y por otro
lado yo quería que los niños de la calle participaran actuando
en la cinta.
Resultó todo un experimento porque trabajamos con niños de la
calle, de secundarias del centro, de albergues y con niños actores-actores.
Todos están en la película. Lo interesante del caso es que se
estableció un plano de amistad entre ellos.
J.A.F.: Cuando planeabas la película me dijiste
que tenías la intención de hacer una dirección más
en un tono colectivo, oyendo todas las opiniones. ¿Sí fue una
dirección colectiva?
G.T.: No lo es. Sí se hizo un trabajo
intenso para compenetrar a todos los que trabajaron en la película con
lo que queríamos contar.
Me parece que la dirección colectiva es una utopía, porque el
trabajo del director es generar un concepto, comunicarlo y velar porque ese
concepto no se pierda.
Y no se trata de sólo decir dónde va la cámara sino lo
que ve esa cámara: texturas, ropas, colores, ambientes, día o
noche, intenciones... Por supuesto que hay un proceso de involucramiento de
todos, pero el director toma las decisiones de hacía dónde va
el barco.
J.A.F.: Una vez que terminan el guión, ¿cómo
llegan a filmar?
G.T.: Antes de llegar al guión final,
ya buscábamos financiamiento. La historia es fuerte y al principio encontramos
algunas dudas lógicas de los inversionistas, que se complicaron más
porque yo soy de la Ibero y director de comerciales, y porque se preguntaban
qué tengo que ver con la problemática de los niños de la
calle. Además de que la película es mi ópera prima, asunto
que todavía hizo más complejo el caso.
Pero logramos que el proyecto fluyera.
J.A.F.: ¿Quién le dio el empujón?
G.T.: Unos amigos lo desatoran. Dan el voto de
calidad y lo desatoran frente a Imcine y otras instancias.
J.A.F.: ¿Quién apoya por parte de Imcine?
G.T.: Empezó a caminar con Gustavo Montiel
que da los primeros apoyos para el guión y el proyecto, y después
con Alejandro Pelayo. Yo platiqué con él, le expliqué lo
que intentaba, y Marina, que tiene buena amistad con Alejandro, jugó
un papel muy importante para convencer a Imcine.
J.A.F.: ¿Es clave Imcine en la película?
G.T.:Sin duda, nos dio el mayor porcentaje de
los recursos. También nos apoyó la Lotería Nacional, Zimat,
dependencias del Gobierno de la ciudad de México y algunos inversionistas.
J.A.F.: ¿Tuvieron libertad total para hacer la
película?
G.T.: Total.
J.A.F.: Julián Pastor te dijo, en uno de esos
días complicados de un director, que aprendieras lo que no se debe de
hacer. Te pregunto hoy: luego de que terminaste tu primera película,
¿qué es lo que no hay que hacer al dirigir una cinta?
G.T.:El primer mandamiento es creer en el proyecto.
El director debe creer profundamente en lo que está haciendo, y no veo
caso el realizarlo sólo por encargo. Esto es demasiado complicado. Debes
enamorarte del proyecto aunque sea una película totalmente comercial.
El segundo mandamiento es el siguiente: una vez que crees en el proyecto tu
obligación entonces es comunicarlo. Hay que involucrar a la gente para
que crea en el proyecto con toda intensidad.
J.A.F.: ¿Cómo se convence a la gente?
G.T.:El tema De la calle es tremendo y a la
gente le llega. Uso las palabras de Jesús González Dávila:
puedes conmover, pero el chiste está en que después de conmover
hay que mover.
J.A.F.: ¿Qué sientes hoy?
G.T.: Te lo respondo con el parlamento que dice
uno de los personajes de la película: a mí nadie me dio nada y
para estar en la calle hay que chingarse. Cuando conjugas un sueño con
la chinga, lo más probable es que el sueño se haga realidad.